Recuerdo aquellos días cuando mi mamá me mandaba a las tortillas y yo siempre repelaba. Nunca pensé que un día viviría al otro lado del mundo y que ese kilo de tortillas me quedaría a nueve mil kilómetros de distancia, la misma distancia a la que están todas las personas que tienen un significado en mi vida. Lejos de México aprendí a hacer tortillas.
¡Es tan bonito el olor de una tortilla mexicana recién hecha! Es como estar en casa por unos segundos. Ahora que ya tengo experiencia ya me quedan redonditas y se me inflan en el sartén, también puedo hacer la masa al tanteo midiendo la Maseca sin temor a equivocarme y ahora la Maseca es mi más preciado tesoro. Pasé los primeros meses tratando de sacar una tortilla decente…
Hace exactamente dos años estaba empacando mis cosas para emprender esta nueva aventura lejos de casa, en Alemania. Obtuve un trabajo (sigo sin explicarme bien cómo) y me dispuse a empezar de cero en un lugar que no conocía, fuera de mi adorado México.
Esta experiencia ha sido de todo, pero también un viaje de introspección, he llegado a conocerme como nunca lo había hecho y como quizá no habría podido hacerlo de no haber venido.
Ahora sé cómo es vivir sola, lejos de mi familia. Sé cómo es llegar a casa todos los días y que nadie me pregunté cómo me fue. Y sí, aprendí a hacer tortillas mexicanas en el extranjero.
Estando sola me di cuenta de que no me gusta estar sola, pero además me forcé a ver hacia dentro y ese ha sido el viaje más doloroso que he tenido que hacer hasta ahora. Este viaje, que no tiene retorno, que solo tiene boleto de ida.
Reconocerme a mí misma, conectarme, aceptarme, amarme, así es en este orden me ha costado demasiado trabajo y muchas lágrimas, ha sido la experiencia más difícil pero también más gratificante de mi vida.
La vida en Alemania es muy distinta. Me ha costado hacer amigos y acostumbrarme a la forma de vida aquí. Los domingos se me hacen eternos, con las tiendas cerradas y las calles casi solas. Donde yo vivo, Hannover, no es muy grande y es muy tranquilo, a veces ni los perros ladran.
Alemania me ha enseñado a ser fuerte por mí misma, a levantarme cada mañana y cumplir con mi trabajo, a sonreír, aunque me duela el corazón. He tomado clases de alemán, por lo menos entiendo un poco más y me puedo comunicar con lo básico y ordenar cosas en un restaurante. Sigo aprendiendo cómo no depender de nadie.
Lo que más extraño por supuesto es la comida. Cada vez que voy a México me vuelvo con dos maletas llenas de especias, vainilla, canela, chocolate abuelita. Aún me quedan muchas cosas por aprender aquí, así que creo estaré un buen rato. Mientras tanto, no importa dónde esté, mis ojitos se llenarán de lágrimas cada vez que vualva a mí el olor de las tortillas.
PROST
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