El llamado en tu interior te lleva adonde perteneces
- Adriana Calzada
- 20 abr
- 4 Min. de lectura
Desde niña algo en mi interior me decía que mi futuro estaba destinado a vivir las fantásticas aventuras que sólo había visto en documentales. Soñaba con conocer templos asiáticos, ver a monjes budistas en Nepal y experimentar las tradiciones ancestrales en India.
Cuando llegó el momento de elegir mi carrera, decidí estudiar Relaciones Internacionales. Me apasionaba la historia, los idiomas y creía que sería la puerta para vivir todas esas aventuras que tanto había imaginado.
Cuando llegó el momento de hacer mi servicio social, tuve la oportunidad de colaborar en la
Secretaría de Relaciones Exteriores en México. Por fin había llegado el momento de experimentar cómo era el día a día de aquellos personajes que tanto admiré durante mis estudios.
Y fue ahí donde vino el golpe de la realidad. Era totalmente incapaz de sentirme feliz y realizada encerrada en una oficina. Cambiar el mundo se veía prácticamente imposible detrás de una computadora. Y ahora, ¿qué sigue?, ¿qué hago con mis sueños? ¿Aprovecho mis estudios y sigo adelante como hace la mayoría aunque no me haga feliz o desperdicio esos cuatro años de carrera y comienzo de nuevo?
Mi confusión y la sensación de querer escapar de casa me hicieron tomar una decisión arrebatada. Un amigo de la Universidad llevaba unos meses en Playa del Carmen y me contaba lo genial que era vivir en ese destino paradisiaco. Así que compré un boleto para la semana siguiente. Al final, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Pasar ahí algunos meses y volver con más aventuras vividas?
Con mil pesos en la bolsa y todos mis sueños puestos en las maletas, tomé el avión. Era mi primera vez en el Caribe y era verdad que era tan hermoso como en las fotografías, aunque nadie te cuenta de los mosquitos, la humedad y el calor del verano. En aquel tiempo aún podías buscar trabajo abriendo el periódico, así que apenas abrí la primera página me di cuenta que el título universitario del que me sentía tan orgullosa ahí no valía para mucho. Las habilidades de mi curriculum y mi escasa experiencia laboral no me daban más que para aplicar a aprendiz de algunos puestos de hostelería.
Afortunadamente, una de las habilidades que tanto me había esmerado en conseguir y que tanto disfrutaba, sí que resultaron de utilidad para ese nuevo reto: los idiomas. Me puse a analizar qué otras cosas disfrutaba hacer y en qué podría ser buena, así que apliqué para ser parte del staff del Kids Club de un gran hotel, porque me encantan los niños y también como aprendiz de entrenadora de delfines, porque soy amante del mar.
Sorprendentemente me dieron el sí para los dos trabajos. Estaba impactada, ¡nunca antes había pensado en estos trabajos para mí! Decidí quedarme con los niños, porque con los pocos ahorros que me quedaban me convenía mucho más tener alojamiento, y así comenzó un nuevo capítulo en mi vida.
Desde niña siempre me había preguntado cómo era vivir en la playa, ¿era como estar siempre de vacaciones? ¿la gente podía aburrirse de estar ahí? Bueno, tal vez la playa no sea para todos, pero para mí resultó ser el estado más feliz de mi ser. Mi objetivo se convirtió en vivir siempre en ese paraíso y disfrutar de la vida al 100%.
Anduve un poco de aquí para allá, probando con trabajos diferentes en turismo, desde discotecas, hasta hostelería. Viví un año en República Dominicana y después de 3 años en Cabo San Lucas hubo un día que me pregunté ¿será momento de establecerme, de comprar un terrenito y cimentar aquí mi vida, de hacer aquello de lo que siempre huí y montarme en la rueda de la rata, pidiendo un crédito para tener un coche y “la vida de un adulto”? Algo en mi interior me dijo que era momento de moverse, que una historia más grande estaba por venir.
Recordé aquellos sueños de niña que había estado postergando por casi 10 años, y contacté a mi amigo Marvin, que en ese momento estaba viviendo en Bali. Le pregunté que cómo lo había hecho, que qué era lo que debía hacer para probar esa vida. Y aunque todas mis alarmas estaban encendidas y mi cabeza me decía “esto es un disparate”, me monté de nuevo en un avión con todas mis ilusiones pensando “qué es lo peor que puede pasar…”
Han pasado 4 años desde que tomé aquella decisión y la verdad es que a veces sigo sin creermela. Aquí en Bali conocí al amor de mi vida, trabajo en remoto y por fin tengo la libertad financiera y laboral de moverme por el mundo, de conocer las culturas más interesantes y probar las comidas más ricas. Aún no conozco a los monjes budistas de Nepal y no he visto la quema de una pira en Varanasi, pero son todas historias que están aún por escribirse, porque el comienzo es atreverse, creer que a tí también te va a pasar, pero sólo si lo intentas.
No te voy a decir que el camino es siempre fácil y que no hay días en que renuncias a tus sueños y piensas que no son para tí. Pero cada experiencia y cada decisión que tomas día con día están escribiendo el libro de tu destino, y sí, creo con todo el corazón que el llamado interior te lleva al lugar al que perteneces. Y si tú fueras capaz de escribir lo que quisieras, ¿qué escribirías en tu próxima página?

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