Viví 48 años de mi vida en la Ciudad de México de la forma tradicional, siguiendo la fórmula que me enseñaron. Estudié, trabajé, me convertí en empresaria, me casé, tuve un hijo, me divorcié y con 50 años, en un acto de rebeldía, “volé del nido” al mismo tiempo que mi hijo.
En 2017 mi hijo se graduaba de preparatoria, se iría a vivir a Londres, así que decidimos hacer un viaje juntos a Portugal. Era un lugar que no conocíamos, y cada sitio que visitamos me provocaba fascinación.
Una amiga venezolana nos había sugerido visitar la isla de Madeira, la “perla del Atlántico”, a dos horas en ferry desde Porto Santo. Ahí conocí a Antonio, un hombre divorciado que llevaba 10 años viviendo en Funchal, la capital de la isla.
Nos vimos sólo un día, tomamos un café y conversamos un buen rato sobre nuestras vidas. Intercambiamos celulares y quedamos en mantenernos en contacto por whatsapp. Comenzamos a conversar diario, así que pensé que era el inicio de una linda amistad a distancia. Un día me pregunto cuándo volvería a Madeira y sin pensarlo le contesté que no creía regresar.
Meses después supe que para él conocernos fue un llamado a ser compañeros de vida. Pero en ese momento me hizo lo que llamó una propuesta de adultos.
Yo viajaría a Londres a instalar a mi hijo en la Universidad y él me invitaba a pasar unas semanas en Madeira para conocernos. Acepté.
Después de ese viaje para conocernos, al volver a México estaba más que decidida y el primer reto fue atreverme a ser rebelde, a salir del rol que la sociedad esperaba de una mujer de mi edad sola en la Ciudad de México.
Mi círculo social esperaba que fuera la mamá que se queda en casa pendiente de sus hijos, aunque ya no vivan con ellos. Para ellos yo ya no estaba en edad para aventuras ni locuras y mis propios proyectos de vida debían quedarse en el armario.
Reduje mi vida a 2 maletas y me fui a Madeira como estudiante de portugues. Sabía que podía no gustarme el idioma, que la relación no funcionara, que no me adaptara a los cambios.
Tras la sorpresa de mi decisión, mi hijo, mis padres y algunas amigas cercanas aún con “el ojo cuadrado” me apoyaron para deshacerme del equipaje de 50 años de vida que seguía “cargando”.
Aún sin tener conexión con Portugal y sin conocer el idioma, sentí Madeira como mi hogar desde el principio. Es un paraíso donde la naturaleza me ha envuelto de forma indescriptible, y siento una conexión mágica que no había sentido antes en ningún otro viaje.
La barrera más evidente era el idioma, pero después de estudiar en la Academia de Lenguas hoy lo entiendo en un 85% y “já falo um bocadinho” (ya habló un poquito).
Llegar de una ciudad con 22 millones de habitantes (CDMX) a una isla con 300 mil me hizo re-aprender a “vivir sin prisa”, a crear nuevas amistades, nuevas pasiones, nuevas rutinas.
Sigo rompiendo los sistemas de creencias y apegos viviendo cada día desde la gratitud. No siento estar escribiendo el segundo capítulo de mi vida, sino el segundo libro. El primero fue en mi Mexico lindo y querido. El segundo inició aquí, en Madeira, donde la naturaleza me atrapó y se ha convertido en mi nuevo hogar.
Besos desde mi isla mágica, Caro Ríos
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