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La vida en un monasterio tailandés

Foto del escritor: Chema RodríguezChema Rodríguez

Actualizado: 13 oct 2023


Decidimos hacer un voluntariado en un monasterio en la cima de una montaña en Tailandia, no teníamos mucha idea de lo que haríamos, pero resultó ser una de las experiencias más asombrosas de mi vida.


Resulta que mi novia y yo, encontrándonos viajando al norte de Tailandia, nos decidimos por hacer un voluntariado que nos parecía distinto y peculiar: viviríamos con monjes en un monasterio en la cima de una montaña perdida a las afueras de un pueblito cerca de la frontera con Myanmar y Laos.


El contacto fue con un hombre de unos 50 años llamado Dan. Su inglés era muy escueto y las instrucciones para llegar al punto de encuentro fueron más que precarias, pero al fin pudimos encontrarnos en una parada de bus en la carretera hacia Laos.


La impresión que tuvimos de Dan fue la de un hippie-thai... y pues sí. Bajó de su mini-camioneta con ropa muy peculiar, turbante, pulseras y collares de plata -tradición de su tribu-, y haciendo unos movimientos de cuerpo muy similares a los de Jack Sparrow, legendario pirata de los Siete Mares. Tuvimos una charla alegre, y una vez hecho clic, nos llevó al encuentro con nuestros anfitriones.


El monasterio es increíble, con muchas casitas bonitas repartidas por todo el terreno donde viven los monjes y los invitados. Hay también una cocina y sala muy amplias, y en el centro el área de meditación. Sobre esta zona, hay un Buda de más de 25 metros de alto. El escenario es impresionante.


El monje principal nos explicó nuestro rol, así como las prohibiciones y las actividades a realizar. Tuvimos tiempo de platicar -o mejor dicho, "cotorrear"- con él, así como ser introducidos a la meditación budista.


Meditar a las 5 AM, cuando el cielo apenas empieza a clarear, la luna aesconderse y los gallos a cantar. Abrir los ojos después de la meditación, mirar al cielo y contemplar la estatua gigante de Buda cobijada por las estrellas y el canto de las aves fue algo increíble: pude sentirme lleno de paz y de amor conmigo mismo y con la vida. Las palabras se quedan cortísimas.


Como parte de nuestras actividades bajamos al pueblo siguiendo al monje a recoger las donaciones de la gente: una caminata de aproximadamente 25 minutos cuesta abajo, hasta llegar a las casas de los fieles donde uno a uno depositan comida en un cuenco que lleva el monje.

Mi "trabajo" era echar las donaciones a unas bolsas de tela y cargar todo de vuelta al monasterio. La gente nos miraba incrédula y curiosa. Nosotros les mirábamos de igual manera.


Dan nos condujo al monasterio pero también a un sinfín de experiencias: nos llevó al Triángulo Dorado, alas aguas termales, a cuevas, a parques nacionales, a tomar whisky en el mercado, a dormir a casa de su hermana, a plantíos de té, a hacer música con él en un par de conciertos, a un convivio de una escuela primaria a jugar fútbol, a la casa de su amigo "el de los búfalos", a la montaña, etc... pero en especial, al Festival de la Flor Mexicana.


¿Cómo es que dimos con el mero fin de semana del festival de una flor oriunda de nuestro país celebrado por las comunidades indígenas de las montañas?

Sigo sin encontrar respuesta, pero Dan nos llevó a su concierto, sin decirnos dónde o cómo sería. Resulta que alguien llevó el girasol hace mucho tiempo a Tailandia y ellos la cultivaron y llamaron de esa forma, haciendo un festival anual cada que florece.

La montaña se cubre de amarillo dejando un escenario inmejorable para la festividad. Cuando subimos al escenario no dejaron de presentarnos como los "embajadores mexicanos del festival", y las miradas nos seguían de allá para acá.

Música, cerveza, muchísima comida, concurso de belleza, bailes, y sobre todo mucha diversión opacaron el frío que hacía. Todo fue tan auténtico que jamás se borrará de mi memoria.


Todo esto (y más) en tan solo diez días: llegamos con poca idea de lo que haríamos, sí, pero personalmente salí con una de las semanas más extrañamente asombrosas en toda mi vida.

Aún después de muchísimos meses de andar dando la vuelta por el globo, no dejamos de sorprendernos con las situaciones que el destino tiene preparadas.


A veces uno trata de planear la vida y se ocupa mucho en el futuro dejando de disfrutar el presente, así que citando a mi querido amigo Dan: "be happy: everyday holiday!"


Chema Rodríguez

Después de recorrer muchas ciudades del mundo junto con mi novia haciendo música, que es lo que más me gusta, tomé una de las mejores decisiones de mi vida: recorrer el mundo con ella y con mochila a la espalda. Después de ya casi tres años y medio de haber dejado la vida rutinaria, nos encontramos -por ahora- en el sureste asiático. La vida es increíble.


 
 
 

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