Viajar nos ha enseñado que, más allá de los paisajes y monumentos icónicos, lo que realmente deja una huella son esos rituales cotidianos que unen a las personas. A medida que exploramos el mundo, nos damos cuenta de que las costumbres más simples no solo preservan la identidad de una cultura, sino que fortalecen el sentido de comunidad y el disfrute de la vida diaria.
Durante nuestras experiencias, hemos observado cómo tradiciones que, desde fuera, pueden parecer simples clichés, son en realidad motivo de orgullo y alegría para quienes las practican. Estas costumbres no son meras repeticiones, sino momentos que se viven con entusiasmo y autenticidad, reforzando lazos entre las personas.
Por ahora estamos en Turquía, es nuestra tercera ocasión en este país y una de las cosas que no deja de maravillarnos es la cultura del çay (té). Extendido por todo su territorio, el tomar el çay se vuelve un momento de contemplación o de socialización. Se pueden encontrar puestos en la calle con mesitas y sillas que además tienen juegos de mesa tradicionales. Algo que también es típico son los salones de té para hombres, un lugar al que recurren los adultos mayores desde temprano y los señores después de la jornada laboral. El té turco no es simplemente una bebida; es una forma de socializar y disfrutar del presente. Nos sorprendió ver cómo los turcos convierten cualquier momento en una excusa para sentarse y conversar, una tradición que valoran y disfrutan plenamente. Y gana puntos extras porque es una bebida muy barata, por lo que todas las personas pueden beberlo diariamente.
Pensábamos en ese simple acto que nos encanta y recordamos cuando fuimos a Argentina, ahí el mate también refleja este deseo de conexión pero de una forma distinta. Mientras en Turquía el çay lo venden por todos lados, en Argentina el mate es algo que se lleva desde casa. En la calle puedes mirar a todos llevando su termo, en las tiendas de conveniencia hay una parte para rellenar con agua caliente y cuando el momento indicado llega, en cualquier parque o lugar de encuentro, ellos sacan su matera, la pajilla, la hierba y comienzan a prepararlo. Un sólo mate se va compartiendo con todos los presentes. Realmente nos fue difícil encontrar donde comprarlo, mientras caminábamos por parques y plazas, observamos a amigos y familias compartiendo esta infusión. El mate pasa de mano en mano, invitando a una conversación relajada y sincera. Nos dimos cuenta de que, para los argentinos, más allá de ser una simple bebida, el mate es una forma de crear un espacio de cercanía y pertenencia.
Algo similar nos pasó al recorrer el Camino de Santiago en España, la vida social en los bares de los pequeños pueblos nos mostró otro ejemplo de cómo las comunidades se fortalecen a través de rituales cotidianos. Tras horas de caminata, sentarnos a disfrutar de unos pinchos o unas tapas y una caña se convirtió en uno de nuestros momentos favoritos. Allí incluso los cafés son lugares donde la gente va a tomarse una cerveza y a platicar, a cotillear, a mirar la vida pasar. Los bares no son solo lugares para comer y beber, sino el corazón de la vida social, donde lugareños y peregrinos se encuentran, comparten historias y forjan nuevas amistades.
En Etiopía, tuvimos una experiencia inolvidable en un puesto callejero de Addis Abeba, donde nos unimos a la ceremonia del café. Y es que el papel del café en occidente es muy diferente al que tiene en Etiopía, que es donde surgió realmente el café. Para ellos el café es central en su vida social a través de un ritual prolongado que implica la preparación desde el tostado de los granos hasta el servicio del café en pequeñas tazas. Este ritual es un evento comunitario que fomenta el diálogo y la unión familiar, además de tener un significado espiritual. Esta es una experiencia para ir con tiempo y ánimo de reconfigurar nuestra visión.
Cuando llegamos a Corea del Sur nos dimos cuenta de lo importante que son para la vida social las cafeterías y karaokes, además del soju, un licor a base de arroz que se suele tomar sólo o con otros licores para potenciar su efecto. Diferente a los karaokes occidentales que son escenarios abiertos para todo el mundo, en Corea del Sur son como habitaciones privadas que rentan entre grupos de amigos, algunas veces son temáticos y suelen ser los espacios a los que van después de un largo día de trabajo. De forma más discreta y reservada, el karaoke y el soju permiten mantener la cohesión social abriendo espacios de comunidad.
Bali, en Indonesia, tiene un lugar muy especial en nuestro corazón. Ahí también hay una bebida muy particular que reune a la comunidad, principalmente masculina, estamos hablando del Tuak y el Arak. En las pequeñas comunidades se suele tomar tuak, que es la savia fermentada de una palmera, es muy barato y todos los días se puede ver a grupos de hombres sentados tomando de un botellón que parece de gasolina. Por supuesto es la bebida por excelencia para las fiestas y rituales religiosos.. A las ciudades y la mayoría de los negocios locales llega el arak, que es destilado del tuak, y también la bebida que suele compartirse con los extranjeros junto a platos tradicionales.
Y si hablamos de bebidas con las que socializamos no nos puede faltar el vino. Vivimos tres meses en Georgia y una de las cosas que más nos llamó la atención fue la tradición del supra (el banquete georgiano). Estábamos sentados en un restaurante con unos amigos y junto a nosotros, es una mesa donde parecían celebrar algo especial, unas 20 personas. Uno de ellos era el líder, casi como un maestro de ceremonias. Se levantó y comenzó a decir unas palabras. Al principio pensamos que era un brindis, pero sentimos que era demasiado largo. Después nos explicaron que de eso se tratan sus brindis, el tamada, como se le llama a ese líder de la mesa, ´hacen entre 10 y 20 brindis que suelen ser extensos porque tienen el fin de hacer reflexionar a quienes beben, entre esos brindis están por la paz, por la amistad, por los ancestros, por la familia, etc. Sobra decir que eso fortalece los lazos dentro de la sociedad georgiana.
Además, en lugares como Francia, India, Marruecos y Colombia, también encontramos tradiciones sociales que son el alma de la comunidad:
• En Francia, el apéritif en las terrazas no se trata solo de disfrutar de una bebida, sino de celebrar el final del día en buena compañía.
• En India, los puestos de chai son el corazón de las conversaciones cotidianas y si vas en camino los chai wala hacen que cada momento pueda ser de contemplación.
• En Marruecos, el té de menta siempre se sirve con un cuidado especial, como un símbolo de hospitalidad. Nos encantó ver cómo, incluso en los zocos más concurridos, siempre hay tiempo para un vaso de té y más si van a negociar contigo ja.
• En Colombia, el tinto (café negro servido en las esquinas) es un pilar de la vida social. Paseando por Bogotá, vimos cómo las personas se reúnen para tomar un tinto y compartir un momento de pausa.
Estas experiencias nos han enseñado que, aunque las culturas puedan parecer diferentes, el deseo de compartir momentos y conectar es universal. Como viajeros y nómadas digitales, esto nos ha inspirado a sumergirnos en la vida local allá donde vayamos.
Ser nómadas digitales no se trata solo de trabajar desde cualquier lugar del mundo, sino también de aprender a encontrar un sentido de pertenencia en cada destino y sumergirnos en estos rituales nos ha permitido crear conexiones auténticas, aunque estemos en constante movimiento.
Al final, viajar no es solo descubrir lugares nuevos, sino también aprender a vivir más plenamente. Cada pequeño ritual compartido, ya sea un vaso de çay en Turquía, un mate en Argentina o un café en Etiopía, nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias, todos buscamos lo mismo: compartir momentos significativos y sentirnos conectados, sin importar en qué parte del mundo estemos.
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